Despertó a las 5.30 am y no pudo volver a dormir. Tomó desayuno pasadas las seis, cuando ya se dio por vencida para retomar su descanso. Se duchó y vistió con mucha lentitud, esperando en cualquier momento escuchar el sonido de una llave abriendo su puerta… pero eso no pasó y decidió enviarle un mensaje para no seguir con la incertidumbre de saber si su amor iría a almorzar.
– “No”.
Tal vez iría más tarde…
– “No lo sé”.
Lloró y se tiró en la cama como una adolescente. Llevaba al menos cinco horas despierta y el día ya se le hacía insoportable. Decidió salir para despejar su mente. Tomó su moto y paseó sin rumbo específico. El aire la tranquilizó; le sirvió el día brillante y hasta el frío que sintió manejando.
Manejó hasta la universidad donde había estudiado hace ya varios años, se perdió entre calles que subían y bajaban, y entre los árboles y el silbido del viento se terminó de relajar.
Se le ocurrió ir al centro comercial, que estaba cerca, para comer algo. En fracción de segundos se arrepintió y “des arrepintió”. Entró y subió al segundo nivel, caminando con un objetivo claro. Al llegar arriba caminó por los pasillos mirando las vitrinas de las tiendas. Al llegar al final del pasillo le pareció muy mala idea estar ahí, y aunque no había mucha gente se sintió incómoda al pensar que alguien podría reconocerla… quería ser invisible y se dio cuenta que no era posible.
Bajó nuevamente al primer nivel y caminó hacia la salida para irse del lugar. Ya quería volver a su hogar. No quería ver gente, ni autos; quería su cama y sobre todo a su amor, que, por su comportamiento, parecía no tener una pisca de ganas de verla.
Al manejar nuevamente tuvo la sensación de tranquilidad y de que estaba todo bien. El viento, las calles, los pocos autos.
Llegó a su departamento con una leve esperanza de encontrar a su amado adentro… ¡Podía llegar en cualquier momento! Pero él no estaba.
Comió algo, más por cumplir con la hora de almuerzo que por ganas de comer. La verdad es que no tenía hambre.
Se tiró en la cama, miró su teléfono: sin novedades. Se acostó, apoyando la cabeza en sus brazos y se quedó dormida. Si no hubiera mirado la hora justo antes de eso, hubiera pensado que durmió mucho, pero cuando abrió los ojos sólo habían pasado 10 minutos.
Se acostó y cubrió, aunque afuera había 25 grados. “El departamento es frío, no me gusta estar sola aquí…”
Se dispuso a dormir. No pudo. Miró la ventana donde un enorme árbol empezaba a florecer. Miró el lado de la cama vacío, el lugar de su hombre, que no estaba y suspiró.
Lloró con ganas, como niña asustada. Pensó que era bueno que nadie pudiera verla en ese estado incomprensible. Lloró porque estaba sola, por su mal genio, “porque él ya no me soporta”.
¡Sentía que tenía tantos motivos para llorar!
Después de un largo rato, respiró hondo y comenzó a escribir la carta.
“Carolina,
Te escribo para contarte que tengo una relación hace 1 año y medio con tu esposo.”
En ese momento se escuchó una llave en el cerrojo de la puerta y ella se apresuró a dejar la carta en la caja roja, que cuidadosamente guardaba en un rincón dentro del closet, dentro de la cuál estaban todas las otras cartas que empezaba a escribirle a Carolina cada vez que Antonio demoraba en llegar.
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