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HASTA LA ÚLTIMA CANA

Hoy es de esos días tibios, dónde mi lugar por excelencia es la ventana donde mi mecedora recibe el atardecer con tonos rojizos de otoño. Hace días que tomo mi ubicación a la misma hora y me pongo a recordar cuando conocí a Marcelo. Me gusta pensar también que es un buen ejercicio para la memoria, y recordar buenos momentos me rejuvenece.

Recuerdo cuando compré esta mecedora… qué compra tan maravillosa! Tenía 35 años y Marcelo bromeaba que ya estaba en edad de tener mi propia silla. 40 años! ¡Cómo pasa el tiempo!

Siempre me gustó cumplir años, y ahora no es la excepción. Tengo curiosidad por saber cuándo me sentiré realmente vieja, cuándo llegarán las enfermedades, cuándo «asumiré» mi edad, como dicen algunos «amargados», que piensan que me creo una jovencita porque tengo tatuajes y un corte de pelo diferente al resto de viejas… Siempre tuve la ventaja de tener un cuerpo armonioso, lo que hasta ahora me hace sentir agradecida y porqué no decirlo, una vieja feliz.

 

A Marcelo siempre le gustó la mañana. Cada día se despierta y se levanta a preparar desayuno, cosa que agradezco enormemente por no tener que hacerlo yo. 

Luego se mira al espejo, bastante rato y arregla cada detalle de su barba y sus cejas, hasta quedar más o menos conforme, mirando desde todos los ángulos posibles con ese espejo 5x que le regalé en uno de sus cumpleaños.

«Todavía es un hombre apuesto. Es un viejo rico, como de catálogo», pienso y le lanzo un beso, que él responde con un «te amo vieja», en tono exagerado.

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