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JUGANDO AL DESTINO

Caminaba por el centro cuando en una esquina lo vio y quedó hipnotizada con su belleza.
Recuerda haberlo seguido por 40 minutos, no tenía nada mejor que hacer y no quería llegar a su departamento solitario.
Pensó en invitarlo a comer, a tomar algo, inventar una encuesta o sólo preguntarle la hora. No podía dejarlo ir sin al menos escuchar su voz.

“Hola” – se atrevió por fin a decirle.
Él la miró extrañado – “Hola”
“Te vi hace un rato y me preguntaba si podía hacerte una encuesta”

¿Por qué dijo algo tan absurdo?, sólo quería desaparecer, y su rostro se encendía a medida que repasaba las palabras que acababa de decir.

“¿Sobre qué?, ¿qué quieres saber?”
Terminó de sonrojarse y como improvisar le resultaba muy difícil dijo:
“Ahh, perdón, se me quedó la encuesta en el trabajo… pero gracias igual”
“Ok, cuídate”

Junto con una sonrisa se le escapó un suspiro que la hizo sonrojar de nuevo.
Siguió caminando, no miró para atrás.

Llegó a su departamento, se sacó los zapatos y caminó descalza hasta el sillón, donde se hundió y cerró los ojos para recordar y fantasear con el hombre que la hipnotizó esa tarde.
Despertó de la siesta improvisada y recordó que no tenía nada para comer. Bajó a comprar y en el negocio estaba el mismo hombre que la había hecho perder la cordura horas antes.

“Hola” – Esta vez fue él quien saludó primero.
“Hola” – dijo ella de nuevo sonrojada y pensando que ni siquiera se había peinado antes de salir…
“Te puedo hacer una encuesta?” – dijo él, con una mueca.

Ella se sintió avergonzada y sabiendo que no podía desaparecer siguió el juego… – “¿Sobre qué?, ¿qué quieres saber?” – recordó las palabras que él había dicho y las repitió.

“Cómo te llamas?”
Ella abrió los ojos sorprendida, era una pregunta que no se esperaba, y siguió con su nerviosa torpeza – “¿Yo?”

Él se rio de la situación y también de ella.
Más entusiasmado que antes, él dijo con malicia – “Linda, yo soy gay. Pero podemos ser amigos. Yo te puedo ayudar con esos nervios y quizás te pueda asesorar con tus estrategias de conquista. ¡No te sonrojes más!, ya pasó. Si te sirve de alivio me ha pasado muchas veces. Toma, te dejo mi tarjeta por si me quieres llamar para que hablemos cuando estés más tranquila. Podemos compartir un trago y hablar de hombres.”

Puso la tarjeta en sus manos, que tomó entre las suyas y le dio un beso tierno de despedida.
“Cuídate”

Ella se quedó inmóvil, con las manos cerradas y selladas con aquel beso, sosteniendo la tarjeta del desconocido que se había burlado de ella, pero que la había dejado totalmente confundida.

Suspiró mirando el suelo. Se sentía tonta y un poco ridícula.
Después de comprar y nuevamente en su departamento, sacó la tarjeta que había metido, sin mirar, al bolsillo del pantalón y se dio valor para leerlo.

“Me llamo Alberto. Te seguí para saber dónde vivías. No soy gay. De hecho eres de todo mi gusto ¡Y más!.
Disculpa si te hice sentir mal. No me puedo quedar. Me voy a vivir a Italia. Me hubiese encantado conocerte.
Que tengas una bella vida.
Y como consejo, no deberías seguir a la gente… ¡Asusta! Pensé que querías asaltarme.
Un beso.
Alberto.”

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