Y cuando lo vi a contraluz pude ver su espalda, sus piernas y su trasero perfecto…¡era realmente un “Ken”!, el mismo perfecto novio de barbie. Y yo con mi “metro cincuenta” lo menos parecido a una barbie.
En ese momento recién pude darme cuenta de la noche mágica que había tenido.
Horas antes, un poco nerviosa, había pensado en mi nueva técnica de conocer extranjeros y no volver a verlos para no tener que lidiar con la “caña moral” de conocer al equivocado una vez más.
Iba sin expectativas, pero nerviosa porque ese desconocido podía hacer de mi noche una tortura o quizás y sólo quizás una noche interesante.
Llegué al metro y estaba esperándome. Ambos puntuales y sorprendidos mutuamente por la puntualidad.
Fuimos a un bar, donde comimos y tomamos algo rico, para relajarnos un poco. Al frente un bello edificio, donde soñé en el instante poder vivir alguna vez y donde años después en efecto viví.
Hablamos temas varios. Ambos con tatuajes y sin estar muy arreglados hacíamos linda pareja, pensé.
Hablamos de teorías de hombre y mujer como género y él tomando nota en una servilleta la expuso de forma gráfica y matemática. Nos complementamos bien.
Tomamos un taxi para ir a su hostal, donde yo tenía que entrar antes y saludar al recepcionista sólo con un “hola”, para que no me preguntara nada. Las indicaciones eran “escalera al lado de la recepción y subir al tercer piso”. Ahí nos encontraríamos para ir a su habitación.
Por supuesto nerviosa de nuevo, con la sensación de estar haciendo una locura, me armé de valor…¡y me equivoqué!
Llegué a un lindo patio… supe al instante que había tomado el camino equivocado y me devolví buscando la escalera.
La encontré y subí, con ganas de correr y con el corazón acelerado pensando que me podían descubrir, y él estaba ahí, esperándome.
La escalera y piso de madera nos acusó de todas formas, pero nadie nos detuvo ni nos dijo nada.
Nos reímos y fuimos a su habitación.
Había 3 camas y por un instante pensé que podía llegar más gente. Pregunté y gran alivio sentí al saber que él arrendaba solo el dormitorio, pagando las 3 camas, para estar más tranquilo.
No habíamos comprado nada para beber, pero él, como buen extranjero, tenía un bidón de agua, que compartimos felices.
Tomó su guitarra y nos pusimos a cantar.