Me casé enamorado. Después de 2 años de aventuras y un tiempo prudente de noviazgo, le pedí matrimonio. Fuimos felices por 7 meses y todo se empezó a poner extraño.
Peleábamos por casi todo. No llegábamos a acuerdo casi nunca y yo sólo quería terminar todo.
De vez en cuando salía con mis amigos a algún bar y compartíamos anécdotas sin importancia, hablábamos de películas o cosas fantásticas. Conversaciones dignas de un «Club de Toby».
Íbamos siempre al mismo bar, donde la mesera era tan amable y simpática, que la verdad todos íbamos con más ganas de verla a ella que a nosotros mismos.
Era un ritual de todos los domingos en la tarde.
Mariana aprovechaba de reunirse con sus amigas y cuando ya eran cerca de las 7 pm empezaba a “echarme»…
– ¿Vas a salir pronto?, ya llegarán mis amigas.
Yo salía impulsado por la indiferencia de Mariana, que ni siquiera me preguntaba adónde iba.
Un día, ninguno de mis amigos podía reunirse. Algunos tenían reunión familiar, salida de novios y otros con gripe postrados en sus camas.
Yo caminé por el parque, con destino al bar.
Intentaba no pensar y sólo disfrutar del viento otoñal y el paisaje en tonos sepia.
No pretendía ir al bar sólo. Me hubiera gustado quedarme en casa viendo una película, pero tenía que respetar el ritual de Mariana de todos los domingos, así como ella respetaba el mío.
Era lo poco que nos quedaba en común… además de compartir la cama, cada uno por su lado.
Me empezó a bajar nostalgia. ¡Éramos tan felices juntos y compartiendo!, ¿qué había pasado?… ¿yo cambié? ¿ella cambió?, no hacíamos más que discutir sobre las cuentas de la casa.
Me senté en un banco de la plaza mirando el bar de nuestro Club de Toby. No quería ir solo… me hubiera gustado ir con Mariana y redescubrir nuestro amor.
Después de un par de minutos entré al bar y pedí una rica cena acompañada de una cerveza.
La mesera estaba radiante, como siempre.
Le pedí la cuenta y amablemente me sonrió y además de la cuenta me dejó un papel escrito… lo abrí rápido y lo cerré. No me atreví a leerlo. Me puse nervioso… pagué la cuenta rápido y me fui, como un niño asustado.
En el camino saqué el papel y lo leí.
“Me llamo Angélica, me gustaría conocerte. Éste es mi número, ¿te gustaría conversar?”
Tuve la intención de botarlo y no mirar el número, para no memorizar nada, por respeto a Mariana…
Pero no lo hice.
Registré su número en el teléfono y lo guardé: “Ángel».
Llegué a casa y me fui al sofá.
Mariana estaba en la terraza, aún con sus amigas.
Me miró con cara decepcionada. Quizás porque había vuelto antes de tiempo.
Suspiré y me encerré en el dormitorio.
“Hola, soy Adrián. Me encantaría conocerte. Dime cuándo podríamos reunirnos. Saludos”
Angélica respondió al instante que podía salir en media hora y Adrián salió a su encuentro.
Ángel, como yo la llamaba, fue “la excusa» que necesitaba para terminar mi matrimonio, que ya estaba bastante roto.
Mariana lloró desconsolada, como si no esperara lo que para mí parecía inevitable.
Mis amigos quedaron sorprendidos con la noticia. Ellos tenían la impresión de que nosotros éramos la pareja más feliz del mundo.
Salí con Ángel durante toda mi etapa de divorcio. Me apoyó en todo. Ella era una mujer maravillosa.
Pero después de un año y medio yo ya estaba aburrido de nuevo.
Ella era todo lo que un hombre querría tener, pero no era suficiente para mí.
No entiendo qué faltaba, pero decidí terminar la relación, para “dejarla ser feliz”.
Aburrido de todo y sin planes sociales, dedicaba mi tiempo libre a jugar videojuegos y fumar.
Por culpa del aburrimiento y el tiempo libre se me ocurrió hacerme un perfil en una aplicación para conocer hombres.
No sé bien porqué lo hice. No soy homosexual, pero mi mayor enemigo era el aburrimiento… y necesitaba culpar a alguien.
Quizás me serviría para perder un poco de tiempo en algo nuevo.
Ahí conocí a Tomás. Buen físico, alto, cara de chico bueno.
Yo, que buscaba emociones le seguía el juego y hablábamos de conocernos en persona.
“Algún día”, le repetía. Pero él no se rendía.
Nuestra “cita” fue un sábado.
Hablamos de todo, nos llevamos muy bien.
Aún me cuesta asumirlo, pero me gustó.
Me gustó y lo deseé.
Nos besamos y no sentí ni una pizca de remordimiento.
Me entregué al destino que yo mismo había armado y terminamos hasta durmiendo juntos.
Al día siguiente eliminé mi perfil de la aplicación y tuve la intención de borrar el número de Tomás, pero no lo hice.
De vez en cuando hablamos, y aunque yo trato de mantener una conversación tranquila sin fines amorosos ni sexuales, no logro sacarlo de mi cabeza.
¿Cómo llegué a esto?
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