Nunca pensó vivir algo parecido. La gente ya no se saludaba de beso, ni de mano, y si alguien se encontraba con gripe era juzgado y recriminado. Lo «correcto» era que esa persona se quedara en su casa, por amor y respeto a la gente «sana».
Ella siempre pensó que era una exageración. El virus existe, es real, ¿es mortal? Ella no sabe, no es un especialista, pero confiaba tanto en el destino que se entregaba sin mucho cuidado a la vida.
La mayoría de las personas usaba mascarillas de los más diversos diseños. Incluso había mascarillas con accesorios brillantes, para alguna ocasión especial, seguramente…
No era obligación usarlas, pero ella agradecía divertida y silenciosamente – «más oxígeno para mí».
Agradecía egoístamente salir en su auto, por calles sin aglomeraciones y con una vista hermosa y majestuosa de la cordillera sin smog.
Se veían pocos ancianos y los últimos niños que recuerda haber visto en persona son sus sobrinos, hace ya meses.
La gente seguía con miedo de salir, a pesar de haberse levantado el toque de queda hace un mes. Llevaban respetuosamente el miedo escrito en la mirada.
Ella no entendía el miedo a qué… ¿miedo a morir?¿miedo a que sus padres longevos mueran?
No le era indiferente que las personas murieran, de hecho, la invadía una tristeza enorme el pensar en la muerte de un ser querido, pero se repetía mentalmente que todo era parte de lo que debe pasar, parte de un destino irrevocable.
No podía compartir ninguno de estos pensamientos, pensaba, por respeto. ¿Para qué molestar al resto con sus teorías?, pero también por egoísmo, el mundo había dejado de ser tan insoportable para Ella.
Despertó ese lunes con la sensación de haber soñado algo extraño, pero no pudo recordar qué. Realizó su rutina cotidiana para levantarse e ir al trabajo.
En el trayecto, vió a la gente con sus diversas mascarillas y tuvo la sensación de haber soñado con algo relacionado con eso.
Ya en la oficina sus compañeros comentaban el entretenido fin de semana con sus amigos a través de videollamadas.
El más entusiasta, contaba que además del sábado con sus amigos en línea, el domingo había almorzado con sus padres, a través del mismo medio, y que había conectado la cámara a la televisión para estar con ellos todo el día.
La naturalidad con la que asumieron el cambio de sus relaciones sociales le parecía macabra. «¿No te complica ver toda la semana a tus compañeros de trabajo y luego enviarles un beso, un abrazo y mucho amor a tus seres queridos a través de la pantalla?», pensaba mientras todos celebraban haberse «reinventado» para poder seguir adelante.
En su sueño ya no había toque de queda – el recuerdo le llegó como un pensamiento fugaz-, (aunque no tenía la certeza de que fuera parte del sueño o un anhelo de mayor libertad), pero todos seguían respetando las normas sociales de «distanciamiento». En la realidad, ella no veía tan lejano ese hecho.
Se atormentaba con el sentimiento de felicidad que sentía con la poca gente en las calles, con el silencio por las noches. Se preguntaba si quizás tenía algo que ver con el sueño que tuvo.
De regreso, camino a su pequeño departamento, se detuvo en el almacén de siempre a comprar. Todos cuidadosamente respetando la distancia para finalmente recibir el pan, el queso laminado en el momento, manipulado con guantes, por supuesto, y después pagar… el dinero iba y venía, máquinas para pago con tarjetas también.
Pensó en que todo era como antes del virus. La única diferencia eran las mascarillas, los guantes y el miedo.
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